domingo, 23 de noviembre de 2014


A Marisa Badino, cuántos días
después de nunca más... Ninguna cuenta
regresiva es posible cuando el sol
gira en sentido opuesto al espiral
de tus pasos (¿terrestres o celestes?)
y cifrar con palabras todo el tiempo
no vivido parece la medida
justa del desconsuelo. Pero digo,
Marisa, que tu nombre de tan fácil
rima rechaza por igual la brisa
caliente del verano entre los pinos
del cementerio público en Sunchales
como la breve risa del borracho
que levanta su copa sin saber
cómo se llama la difunta... Sos
una difunta, ¿viste?, sos la vieja
que no llegaste a ser, porque los muertos
siempre resultan anticuados, turbios
y pasados de moda en sus posturas
de muñecos de cera. Yo prefiero
no haber estado en tu velorio y gracias
le doy a quien no creo por vivir
tan lejos de tu fosa que me siento
libre de refutar la corrupción
de tu cuerpo, tachar con una cruz
de tinta cada bicho o cada yuyo
que brote de tus huesos, y encarnarte
de nuevo en mis deseos no cumplidos,
para cambiar los años que no fui
nadie en tu vida por un siglo juntos
o una tarde. Que conste en actas: nombre:
Sra. Marisa Badino de Schilling;
domicilio legal: este poema.

Carlos Schilling, Confesiones impersonales (2010)


John William Waterhouse, Ophelia



domingo, 10 de agosto de 2014

El 30 de junio hubiera cumplido años José Emilio Pacheco, quien se nos fue en enero pasado. Vayan aquí estos poemas, como recuerdo y pequeño homenaje:


EDADES 

Llega un triste momento de la edad
en que somos tan viejos como los padres.
Y entonces se descubre en un cajón olvidado
la foto de la abuela a los catorce años.
¿En dónde queda el tiempo, en dónde estamos?
Esa niña
que habita en el recuerdo como una anciana,
muerta hace medio siglo,
es en la foto nieta de su nieto,
la vida no vivida, el futuro total,
la juventud que siempre se renueva en los otros.
La historia no ha pasado por ese instante.
Aún no existen las guerras ni las catástrofes
y la palabra muerte es impensable.
Nada se vive antes ni después.
No hay conjugación en la existencia
más que el tiempo presente.
En él yo soy el viejo
y mi abuela es la niña.


CONTRA HAROLD BLOOM
Al doctor Harold Bloom lamento decirle
que repudio lo que él llamó “la ansiedad de las influencias”.
Yo no quiero matar a López Velarde ni a Gorostiza ni a Paz ni a Sabines.
Por el contrario,
no podría escribir ni sabría qué hacer
en el caso imposible de que no existieran
Zozobra, Muerte sin fin, Piedra de sol, Recuento de Poemas

viernes, 6 de septiembre de 2013

 
Remedios Varo, "Planta"
 



POÉTICAMENTE HABITA EL HOMBRE
 
Donde dobla, su junco
la noche
y termina el basural
nos llevó padre maestro.

Negro el pelo las manos
mismo rostro sobre la sombra
veníamos de un planeta
roto en sus raíces
y sobre el capot del auto
sentadas sin saber qué
ella y yo, hermanas en la sangre,
vimos en la curvatura del tiempo
dos eucalpitus secos
grises relámpagos en los límites del mundo.

Dormían allí las garzas
milesdemillones de puntos blancos doblaban
en sus cuellos
el sueño de un dios de acero.

Tuve la felicidad
vivir era una belleza que besaba los ojos.




LA REENCARNADA
 
Yo vi el fin de los tiempos
ahí venía dios
el cometa en el ojo de la noche.
Podría haber muerto ahí
y no haber fallado
el resto de la vida

Corría
por el camino a Tres Lomas
donde mi padre me llevó a ver el cometa Halley
su oscura profecía de nada eterna

Tenía seis años
cuando estuve en la noche de mi muerte
y sobreviví


Leticia Ressia, La selva oscura (2011)



 
Remedios Varo, "Reflejo Lunar"
 
     

    miércoles, 10 de julio de 2013

     
     
    El peluquero
     
    A mi abuelo, Santiago


    Asentaba navajas en un listón de cuero,
    porque era su trabajo arrancarle a los rostros sus
    animales muertos.
    Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente.
    Su navaja pulía aquella superficie,
    rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo,
    ¿afeitaba al espejo?

    Era más chico que un tarro de gomina Brancato
    mi abuelo,
    pero una cabeza más alto que la muerte.
    Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
    y el cliente ocupaba aquel sillón Dosetti de madera
    y entraba en el espejo.
    El estilista hablaba solamente con su tijera
    y cuando ella por fin tenía la lengua desgajada
    hacia un lado, él decía: “servido”.

    Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de talco
    y usaba un pulcro saco blanco.
    La muerte -que es prolija- le envidiaba su colección
    de peines.

    Un día la muerte, que hojeaba una revista deportiva,
    dijo: “me toca a mí”.
    Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con
    un remolino en la cabeza.
    “Tiene un pelo difícil”, dijo sin voz mi abuelo.
    Después, la muerte asentó su navaja y haciendo su
    trabajo, ¿rasuraba al espejo?
    El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera con
    estrellas de talco.
    El espejo se pasó la mano por la cara afeitada,
    suave, como un recién nacido.



    Jorge Boccanera, Marimba (2006)


     
    Alberto Gastaldi, "Mi abuela y la luz en el campito"
     
     
     
     
     
     

    lunes, 29 de octubre de 2012

     
     
     
    Sin título, Joseph Cornell


     

    Kiosco

     
    yo quiero tener un kiosco
    lo quiero de día
    y lo quiero de noche
    abierto

    seré el señor del kiosco
    el gordo kiosco
    el dueño del kiosco

    en la esquina
    con un toldo a rayas
    brillará mi kiosco
    llenaré la maleta del gato Félix
    el tesoro de Rusia
    la boca
    de mamá

    seré feliz
    cuando tenga el kiosco
    y escriba Pessoa mi poema

    la insignificancia de Occidente
    derramará sus cajas

    de noche
    un televisor pequeño
    explicará los mundos
    la luz de la ciudad
    irá mezclando astros

    seré
    el necesario dios
    de la vereda.

     
    Alejandro Schmidt, Oscuras ramas, 2003







    domingo, 1 de julio de 2012



    Es en estos escenarios en donde observamos que los nativos se ubican en una posición subalterna que indirectamente los hermana en tanto vivencian procesos de expropiaciones culturales y territoriales: vivir se torna sobrevivir. La cultura del blanco es verdaderamente lo foráneo amenazador y es desde esa violencia simbólica, legal, física y efectiva sobre el nativo que se suceden ininterrumpidamente vínculos violentos entre ambas culturas. Porque es preciso destacar que la cultura nativa, aún en posición subalterna dada las relaciones de fuerza desiguales que se instituyen, sostiene prácticas de resistencia. Cierto es que es más fácil urdir alternativas a tentativas aculturadoras soportadas en la fe, en relación con las imposiciones de todo un aparato estatal y de prácticas directamente criminales garantizadas por el uso de armas más difíciles de doblegar. Si es posible hasta hacer uso de las misiones como prácticas de subsistencia (la permanencia en invierno desde el ejercicio en apariencia de una religión -vuelta fórmula- ajena) y luego darse a la fuga, no resulta tan fácil franquear alambrados y “robar” animales supuestamente ajenos (nociones penales impuestas), ni tampoco transitar libremente por los territorios ancestrales. Las armas de fuego, los perros importados, los mecanismos legales se vuelven un impedimento efectivo y de fuerza mayor. El abuso de poder se instala y, frente al etnocentrismo de la cultura arrasadora del blanco parece quedar la resistencia en la venganza, en la violencia como signo de memoria y dolor colectivo. También el nativo se mueve en el espacio desde roles prefigurados (que en realidad han sido históricamente constituidos): el blanco es el enemigo y obliga a un estado de alerta permanente en defensa propia (y comunitaria). De allí que la migración de Tatesh haya sido interrumpida por el móvil de la venganza sobre los loberos (en el abuso a Camilena y las mujeres en la costa).




                 Por ello lo que tiene de interesante Fuegia es que permite deconstruir los motivos históricos del ejercicio de la violencia. Voluntad visible hasta en su propia estructura narrativa: Beltrán Monasterio asesina brutal y asombrosamente a su amo Tomas Jeremy Larch en los comienzos de la trama, pero a medida que la narrativa explora las relaciones problemáticas entre culturas, Beltrán Monasterio ya es Lucca, el último ejemplar de la comunidad párriken, devastada por las atrocidades de una cultura que tiene los medios para imponerse injustamente sobre otras modalidades de existencia. Beltrán Monasterio es quien carga un dolor colectivo e histórico y su violencia es consecuencia más que causa.

                  Fuegia invierte, en suma, los términos Civilización y Barbarie, impugnando un discurso que es la condición de posibilidad de un modelo de país excluyente. Quizás personajes como Federica y el médico (su padre) receptivos a experiencias otras de contacto con los nativos (sin ejercer las aculturaciones desarrolladas) y tensionados angustiantemente, por ello, en una comparación crítica de lo propio y lo ajeno (posibilidad de revisión y enjuiciamiento), señalen matices y condiciones de contra-hegemonías dentro del seno mismo de la cultura opresora, alianzas inter-culturales que no supongan negaciones y  sí reconocimientos efectivos. Ello, si hubiera manera de desmontar una estructura de poder que limita una cultura a últimos ejemplares, ello, si se asume lo que tiene de irrecuperable una pérdida histórica como la desaparición de una cultura por otra y si, al mismo tiempo, no se abandona la disputa por una recomposición -la búsqueda de lo recuperable sobre lo irrecuperable- sobre la experiencia histórica de esa falta.              


    María Elisa Santillán
    Fragmentos finales de Trabajo Práctico sobre Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson. 
                                                                
                                                                                                                                                            





    lunes, 18 de junio de 2012

    Fotografía de Raúl Walter González Sanso


     
    EL RELINCHO (GUANACO JEFE)


    Paró pata en la cumbre reinadora
    y miró por el tiempo de sus hembras;
    copó al viento, le puso contraseñas
    y lo volcó en las cuestas azulinas.
     
     
    De cogote cruzado con las nubes estuvo,
    antojo de ser luz, pegado al cielo.
    Corazón de algo grande parecía
    diminuto en la mano de una peña.

    Del alto nacedero de sus ojos, la nieve
    colgaba derritiéndose para formar los ríos;
    los pastos amarillos caían de su pecho
    saltando las quebradas rumbo a las vegas verdes.

    Y enhorquetó de pronto un eco en las orejas:
    entre los farallones la piedrita movida.
    Dio una vuelta en redondo, avizoró
    de frente y así entró por el ojo de la carabina.

    Lanzó un relincho azul, morado y negro;
    le chispeó en el codillo abierta rosa;
    sorprendido en secretos con su ángel
    entró al revolcadero de la sombra.

    Huyeron las guanacas por las crestas;
    hilaron con su lana los abismos;
    y la cumbre quedó sin corazón arriba,
    como un grito en la nada, sólo piedra.
     
     
    Jorge Leónidas Escudero, Le dije y me dijo (1978)





    martes, 22 de mayo de 2012

    Discurso final de "El gran dictador"






    Lo siento. Pero yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni ayudar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas.

    Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco.

    Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros.

    Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oirme, les digo: no deseperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de homres que temen seguir el camino del progreso humano.

    El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.

    ¡Soldados! ¡No os entreguéis a eso que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir!

    Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina.

    ¡Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois Hombres! Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo lo que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos.

    Soldados, no luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. El el capítulo 17 de San Lucas se lee: "El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres..." Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravilosa aventura.

    En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia.

    Luchemos por el mundo de la razón.

    Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.

    ¡Soldados, en nombre de la democracia, debemos unirnos todos!





    sábado, 15 de octubre de 2011

    John Singer Sargent, "Las hijas de Edward Darley Boit"




    El mismo presente




    Decime, hermana mía, a qué hora vuelven papá y mamá, y decime, también, por qué nos dejan tanto tiempo solas, y decime por qué vos me tenés que cuidar a mí, si yo tengo un padre y una madre, decime. Sí, decime ahora, que ellos ya están muertos para siempre, pero mi corazón sigue siendo corazón de niña, por qué estuve tanto tiempo sola sin ellos cuando ellos vivían.



    Sara Cohen, El murmullo y la inceridumbre (2009)




    sábado, 18 de junio de 2011

    Pequeño homenaje a todos los padres en su día:



    NIF


    Mi padre arrancó la cortina

    la arrancó como quien caza una mosca en el aire.

    Decidido cruzó el patio.

    Cruzó toda la noche con la linterna a cuestas.

    Buscó la pala y comenzó a cavar un pozo

    un pozo en medio de la noche.

    Yo lloraba de pie

    y en la celeste cortina que nos salvaba del verano

    estaba Nif sin vida

    con su collar de choclo ahuyentando el moquillo.

    Mi padre me abrazó. Ya no recuerdo.

    Pero prefiero pensar que ante la muerte

    que vestida de perro me mostró sus frías credenciales

    mi padre me abrazó toda esa noche

    y su calor me abraza todavía

    como el collar de choclo en el cuello de Nif

    que no lo abandonó ni hasta en la muerte.



    Leandro Calle, Noche extranjera (2007)



    domingo, 5 de junio de 2011

    ELEGÍA


    (En Orihuela, su pueblo y el mío,
    se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
    a quien tanto quería).


    Yo quiero ser llorando el hortelano
    de la tierra que ocupas y estercolas,
    compañero del alma, tan temprano.

    Alimentando lluvias, caracolas
    y órganos mi dolor sin instrumento.
    a las desalentadas amapolas


    daré tu corazón por alimento.
    Tanto dolor se agrupa en mi costado,
    que por doler me duele hasta el aliento.


    Un manotazo duro, un golpe helado,
    un hachazo invisible y homicida,
    un empujón brutal te ha derribado.

    No hay extensión más grande que mi herida,
    lloro mi desventura y sus conjuntos
    y siento más tu muerte que mi vida.

    Ando sobre rastrojos de difuntos,
    y sin calor de nadie y sin consuelo
    voy de mi corazón a mis asuntos.


    Temprano levantó la muerte el vuelo,
    temprano madrugó la madrugada,
    temprano estás rodando por el suelo.

    No perdono a la muerte enamorada,
    no perdono a la vida desatenta,
    no perdono a la tierra ni a la nada.

    En mis manos levanto una tormenta
    de piedras, rayos y hachas estridentes
    sedienta de catástrofes y hambrienta.

    Quiero escarbar la tierra con los dientes,
    quiero apartar la tierra parte a parte
    a dentelladas secas y calientes.

    Quiero minar la tierra hasta encontrarte
    y besarte la noble calavera
    y desamordazarte y regresarte.

    Volverás a mi huerto y a mi higuera:
    por los altos andamios de las flores
    pajareará tu alma colmenera


    de angelicales ceras y labores.
    Volverás al arrullo de las rejas
    de los enamorados labradores.

    Alegrarás la sombra de mis cejas,
    y tu sangre se irán a cada lado
    disputando tu novia y las abejas.

    Tu corazón, ya terciopelo ajado,
    llama a un campo de almendras espumosas
    mi avariciosa voz de enamorado.

    A las aladas almas de las rosas
    del almendro de nata te requiero,
    que tenemos que hablar de muchas cosas,
    compañero del alma, compañero.


    Miguel Hernández






    Tanya Huntintong Hyde, Ophelia 3 (de la serie Ophelia)





    lunes, 3 de enero de 2011

    John Singer Sargent, Carnation, Lily, Lily, Rose






    Palabras para el Ángel de Cecilia


    Ángel, tú que la guardas, yo te pido
    que no la dejes un instante sola.
    La vida, bien lo sabes, es a veces
    un subterfugio, una expiación, un hábito.
    Pero ella es inocente,
    su edad se mece todavía
    entre las flores del almendro
    y los compases mágicos de Mozart.


    Yo sé que no soy digno,
    que no merezco la infinita gracia
    de hablar contigo, Angel,
    ni siquiera en la lengua rumorosa del verso,
    pero lo hago por ella que es ahora
    lo más cierto de mí, lo único noble
    que acaso un día me redima y salve.
    Ángel, hazla sensible y dulce,
    haz que sus actos no traicionen su alma
    y gobierne su amor el equilibrio
    que sostiene en la noche a las estrellas;
    da sentido a su vida, dale fuerzas
    para volcarla en los demás; ayúdala
    a descifrar el mundo con las armas
    de la ternura y el conocimiento.


    Ángel, tú que la guardas, yo te pido
    lo que no tengo y desearía
    poder legarle: un resto de pureza
    y de confianza en el milagro.
    Porque ella es inocente,
    porque ella es tan pequeña que no tiene
    sino su propia desnudez, su frágil
    modo de estar apenas en la vida.
    Yo te lo pido,
    no la abandones, Ángel.


    Antonio Requeni, El vaso de agua (2005)


    domingo, 6 de junio de 2010

    La poesía argentina está de luto: ha muerto Juan Carlos Bustriazo Ortiz

    Poeta del interior profundo del país y una de las voces más grandes de la poesía argentina, Juan Carlos Bustriazo Ortiz ha muerto en esta semana, a los 80 años. Dejemos hablar a su obra, que hará que podamos recordarlo siempre.



    Primera palabra

    Y aquí estoy yo, penoso, descendiente,
    junto a esta luz meralda que se mece,
    el juan azul, el carlos marilloso,
    espiando aquí, dentrocullá, qué tonto.
    Quién me dirá qué-buscas-en-lo-huyente-,
    la-cepa-o-la-ya-borra-de-tu-gente?
    Aquí estoy yo, racimo alabancioso.

    Fantasmas más, fantasmas menos, duermen



    Tercera palabra

    Dónde errarás, Antonio tan Bustriazo?
    Dónde, fatal espectro, Comisario
    de Territorios Nacionales? Calmo,
    te pienso calmo en tu gran paz, callado,
    tu gesto así, de labios apretados.
    Y Juan Bautista y su caballodiablo?
    Lo buscarás? se buscarán airados?
    Dónde errarás, Miguel Antonio? parco
    rápido en hablar, tu fuerza eran tus manos.
    Tu sombra vi, tu bulto oscuronado
    en tu momento de morir Bustriazo,
    tu nube ya, tu forma de apagado.

    Te dejo aquí, errante y capturado
    gema o carbón, o flauta o espantajo.



    Decima sexta palabra

    Adios, adios. Hasta mañana, lengua
    lueguito o no, luegura si me llega,
    levántar me, nacerme de la huesa,
    la sabanura, almohada, estotra greda
    de la que subo taza, vaso o luenga
    jarra de Juan. Hasta mañana lengua!
    (Ellos ya están cantando: cuchillocóoooooo!...)


    Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Libro del Ghenpín (Escrito en 1977, publicado en 2004).

    jueves, 18 de febrero de 2010

    Rufino Tamayo, "Hombre mirando pájaros"


    "Ti Noel comprendió obscuramente que aquel repudio de los gansos era un castigo a su cobardía. Mackandal se había disfrazado de animal, durante años, para servir a los hombres, no para desertar del terreno de los hombres. En aquel momento, vuelto a la condición humana, el anciano tuvo un supremo instante de lucidez. Vivió, en el espcio de un pálpito, los momentos capitales de su vida: volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de sus lejanos antepasados del África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir. Se sintió viejo de siglos incontables. Un cansancio cósmico, de planeta cargado de piedras, caía sobre sus hombros descarnados por tantos golpes, sudores y rebeldías. Ti Noel había gastado su herencia, y a pesar de haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia recibida. Era un cuerpo de carne transcurrida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién trabaja y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nuca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. Es imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida, en el Reino de este Mundo."

    Alejo Carpentier, Fragmento de El reino de este mundo



    Vaya este pequeño, pequeñísimo homenaje a la sufrida nación hermana de Haití, primera entre las colonias de América Latina en obtener su independencia y primera población de esclavos en conseguir su libertad. Debió ser el orgullo del continente americano y de la humanidad toda; sin embargo, potencias colonialistas como Estados Unidos y Francia le hicieron pagar caro esas hazañas. Ojalá que la tragedia que está ocurriendo en estos días sirva para que el mundo tome conciencia de todo esto y algo pueda cambiar, aun cuando el país del norte ya esté aprovechando para confundir socorro con invasión.

    domingo, 27 de diciembre de 2009

    Alberto Gastaldi, La noche en que el sembrador se fue para siempre


    A SARTRE

    Si degüellan a un niño
    y sus verdugos tiran su cadáver
    al lodo
    ¿te encolerizarías?
    ¿qué dirías tú?

    Soy palestino
    me degüellan cada año
    cada día
    cada hora
    ven
    observa bien la barbarie
    en toda su minuciosidad
    son muchos espectáculos
    y el menor
    es que mi sangre corre... corre

    habla
    ¿por qué te has vuelto insensible?
    ¿no tienes nada que decir?




    LA VERGÜENZA

    Al policía que me dijo, cuando me hubo puesto las esposa en las
    muñecas: "Ahora puedes escribir poemas"

    Me han puesto las esposas
    y el sol se acodó en mi frente
    antes de declinar por el poniente

    El rostro no cambió
    los ojos: dos víboras
    "salud Salim
    ¿de nuevo entre nosotros?
    ¿detestas aún a los judíos?
    ¿desde cuándo estás aquí?
    ¿juicio? ¿el caso de Dir Hanna?
    la poesía es hija de grandes experiencias
    escribe pues poemas para los prisioneros"


    llevaré mis cadenas
    haré que los prisioneros oigan los poemas
    que clamaba en las plazas y en las calles
    las cadenas oprimen mis manos
    una vergüenza abraza la conciencia
    sí... pero no la mía
    abrasa al abyecto poder que te produjo
    a ti
    verdugo




    REFUGIADO

    El sol atraviesa las fronteras
    sin que los soldados le disparen
    el ruiseñor canta mañana y tarde
    y duerme en paz
    con todos los pájaros de los kibús
    un año extraviado
    picotea la hierba
    en paz
    sobre la línea de fuego
    sin que los soldados disparen sobre él
    y yo
    tu hijo exiliado
    -Oh tierra de mi patria-
    entre mis ojos y tus horizontes
    la muralla de las fronteras




    LA ALDEA DEGOLLADA

    Poema que no se inspiró en Vietnam

    Sangre sangre sangre
    como si la tierra no pudiera parir hierba
    sin que la rieguen con sangre
    cuerpo sobre cuerpo... la hecatombe
    llama otras hecatombes
    y los niños caminan
    aterrorizados entre llamas y las columnas de polvo
    como si los puñales negros hubieran cercenado
    -ante ellos- los pechos de sus madres
    los pechos

    y ellos murmuran
    agua
    ¿de dónde?
    del cielo, oh mis hijos
    incluso las palomas huyeron al infierno
    incluso las palomas



    Salim Jabran, poemas tomados del libro Poesía palestina de combate (Selección de Abdellatif Laâbi, Buenos Aires: Nuestra América, 2003)



    Salim Jabran (1942) es uno de los principales promotores del movimiento de poesía de resistencia en la Palestina ocupada. Su producción poética es abundante, pero pocos textos han podido evadir la censura. Actualmente vive en Galilea, de donde las autoridades israelíes le prohiben salir.



    Alberto Gastaldi, Sin Título

    domingo, 13 de diciembre de 2009

    Thomas Eakins, Bebé jugando



    LA MÚSICA
    para Tadeo (sobre un poema de Denise Levertov)

    Él no se adelantó: algunas noches pateaba
    desde adentro el vientre de su madre
    ensayando los pasos de su condición futura.
    Nos educó durante nueve meses
    en la escuela del nacimiento
    y cuando al fin se abrió en su boca
    el grito externo de la vida,
    entendimos por qué. Trajo
    a este mundo el suyo:
    materia que refulge,
    alegría de lo diminuto,
    un idioma de fulgores impensados.
    Algún día tendrá que pagar impuestos,
    memorizar largas cifras,
    afilarse los dientes.
    Mientras tanto corre por la casa,
    una luz en movimiento.
    Todavía no aprendió a silbar
    pero ya es toda la música.



    SEÑALES


    Ajeno a
    a tormenta que destroza a martillazos
    el cielo esta noche de diciembre,
    el hijo duerme recogido en la tibieza.
    Llegan desde allí señales
    al vacío donde ningún dios se posa
    y es herejía la presencia del que asiste
    a ese sueño sin censuras:

    rastros de una luz intermitente,
    oro de la alegría derramado.



    José Di Marco, Mundo sublunar (2007)



    viernes, 27 de noviembre de 2009


    Natalia Blanch, Acrílico sobre lienzo



    FINIS TERRAE


    Este país
    frío
    te hará pensar
    en otro país,
    menos frío,
    diferente,
    y que existe
    en el final de la tierra
    y del que no te escaparás
    aunque estés
    en el otro final.


    *


    Algo más fuerte
    que lo que estábamos buscando.

    Un barco
    que te lleva de regreso.


    *


    En el final de la tierra,
    en el borde último de la tierra,
    desde ahí
    caerás.
    Nunca dejarás de caer.

    benditos tus brazos
    que me recibirán.


    María del Carmen Marengo, El camino de los ángeles (2003)





    Natalia Blanch, Acrílico sobre lienzo



    sábado, 31 de octubre de 2009

    Alberto Gastaldi, La familia y una flor
    La vida mejor

    los amigos se quejan
    nuevamente
    describen el desastre cotidiano

    pero
    ¿no fue siempre así?

    me aburro
    me harto

    su casa es tan pobre
    como la mía
    tiene una ventana que
    da a una plaza sola
    de tierra y arbustos
    algunas viviendas y
    al fondo
    en el espejo llano de este mundo
    una chica con shorts
    va hacia allá
    quién sabe dónde

    dos caballos vuelven al sur

    esos cuerpos que parecen
    moverse por primera vez
    mucho más lejos que
    la distancia entre una boca amarga y el silencio
    deben ser
    la vida mejor

    y después
    de mates lavados
    cigarrillos fumados al otro
    con pudor
    subimos a la bici
    volvemos rápido
    corriendo la noche
    rogando ser eternos
    frescos
    respirar alguna vez
    la vida mejor.

    Las estrellas de lata
    los camiones, se abalanzan
    mi hijo sueña que va
    en moto
    en moto
    en moto
    y vos querida
    con tu pelo negro
    y tu enterito de huesos
    ¿qué pensás?
    soportamos juntos
    siempre será así

    ¿no fue siempre así para nosotros?

    una vida mejor
    una vida mejor
    no es necesaria.


    Alejandro Schmidt, Esquina del universo (2001)


    jueves, 20 de agosto de 2009

    Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos.


    José Martí, fragmento inicial de "Nuestra América"

    martes, 28 de julio de 2009


    Fotografía de R. Walter González Sanso


    PORQUE los bellos seres que transitan
    por el sopor añoso de la tierra
    —¡trasgos de sangre, libres,
    en la pantalla de su sueño impuro!—
    todos se dan a un frenesí de muerte,
    ay, cuando el sauce
    acumula su llanto
    para urdir la substancia de un delirio
    en que —¡tú! ¡yo! ¡nosotros!— de repente,
    a fuerza de atar nombres destemplados,
    ay, no le queda sino el tronco prieto,
    desnudo de oración ante su estrella;
    cuando con él, desnudos, se sonrojan
    el álamo temblón de encanecida barba
    y el eucalipto rumoroso,
    témpano de follaje
    y tornillo sin fin de la estatura
    que se pierde en las nubes, persiguiéndose;
    y también el cerezo y el durazno
    en su loca efusión de adolescentes
    y la angustia espantosa de la ceiba
    y todo cuanto nace de raíces,
    desde el heroico roble
    hasta la impúbera
    menta de boca helada;
    cuando las plantas de sumisas plantas
    retiran el ramaje presuntuoso,
    se esconden en sus ásperas raíces
    y en la acerba raíz de sus raíces
    y presas de un absurdo crecimiento
    se desarrollan hacia la semilla,
    hasta quedar inmóviles
    ¡oh cementerios de talladas rosas!
    en los duros jardines de la piedra.

    PORQUE desde el anciano roble heroico
    hasta la impúbera
    menta de boca helada,
    ay, todo cuanto nace de raíces
    establece sus tallos paralíticos
    en los duros jardines de la piedra,
    cuando el rubí de angélicos melindres
    y el diamante iracundo
    que fulmina a la luz con un reflejo,
    más el ario zafir de ojos azules
    y la geórgica esmeralda que se anega
    en el abril de su robusta clorofila,
    una a una, las piedras delirantes,
    con sus lindas hermanas cenicientas,
    turquesa, lapislázuli, alabastro,
    pero también el oro prisionero
    y la plata de lengua fidedigna,
    ingenuo ruiseñor de los metales
    que se ahoga en el agua de su canto;
    cuando las piedras finas
    y los metales exquisitos, todos,
    regresan a sus nidos subterráneos
    por las rutas candentes de la llama,
    ay, ciegos de su lustre,
    ay, ciegos de su ojo,
    que el ojo mismo,
    como un siniestro pájaro de humo
    en su aterida combustión se arranca.

    PORQUE raro metal o piedra rara,
    así como la roca escueta, lisa,
    que figura castillos
    con sólo naipes de aridez y escarcha,
    y así la arena de arrugados pechos
    y el humus maternal de entraña tibia,
    ay, todo se consume
    con un mohíno crepitar de gozo,
    cuando la forma en sí, la forma pura,
    se entrega a la delicia de su muerte
    y en su sed de agotarla a grandes luces
    apura en una llama
    el aceite ritual de los sentidos,
    que sin labios, sin dedos, sin retinas,
    sí, paso a paso, muerte a muerte, locos,
    se acogen a sus túmidas matrices,
    mientras unos a otros se devoran
    al animal, la planta
    a la planta, la piedra
    a la piedra, el fuego
    al fuego, el mar
    al mar, la nube
    a la nube, el sol
    hasta que todo este fecundo río
    de enamorado semen que conjuga,
    inaccesible al tedio,
    el suntuoso caudal de su apetito,
    no desembca en sus entrañas mismas,
    en el acre silencio de sus fuentes,
    entre un fulgor de soles emboscados,
    en donde nada es ni nada está,
    donde el sueño no duele,
    donde nada ni nadie, nunca, está muriendo
    y solo ya, sobre las grandes aguas,
    flota el Espíritu de Dios que gime
    con un llanto más llanto aún que el llanto,
    como si herido —¡ay, Él también!— por un cabello,
    por el ojo en almendra de esa muerte
    que emana de su boca,
    hubiese al fin ahogado su palabra sangrienta.
    ¡ALELUYA, ALELUYA!

    TAN-TAN! ¿Quién es? Es el Diablo,
    es una espesa fatiga,
    un ansia de trasponer
    estas lindes enemigas,
    este morir incesante,
    tenaz, esta muerte viva,
    ¡oh Dios! que te está matando
    en tus hechuras estrictas,
    en las rosas y en las piedras,
    en las estrellas ariscas
    y en la carne que se gasta
    como un hoguera encendida,
    por el canto, por el sueño,
    por el color de la vista.

    ¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo,
    ay, una ciega alegría,
    un hambre de consumir
    el aire que se respira,
    la boca, el ojo, la mano;
    estas pungentes cosquillas
    de disfrutarnos enteros
    en sólo un golpe de risa,
    ay, esta muerte insultante,
    procaz, que nos asesina
    a distancia, desde el gusto
    que tomamos en morirla,
    por una taza de té,
    por una apenas caricia.

    ¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo,
    es una muerte de hormigas
    incansables, que pululan
    ¡oh Dios! sobre tus astillas,
    que acaso ta han muerto allá,
    siglos de edades arriba,
    sin advertirlo nosotros,
    migajas, borra, cenizas
    de ti, que sigues presente
    como una estrella mentida
    por su sola luz, por una
    luz sin estrella, vacía,
    que llega al mundo escondiendo
    su catástrofe infinita.


    [BAILE]


    Desde mis ojos insomnes
    mi muerte me está acechando,
    me acecha, sí, me enamora
    con su ojo lánguido.
    ¡Anda, putilla del rubor helado,
    anda, vámonos al diablo!



    José Gorostiza, Muerte sin fin (Fragmento final)

    viernes, 10 de julio de 2009




    MIGUEL ÁNGEL ESCULPE EL "DAVID"
    Estas manos que te esculpen
    presumiblemente mías
    entretejen resplandores y reflejos
    que nos son comunes.
    Aquí,
    en mi taller
    estás en plena juventud.
    Los músculos fuertes y tensos,
    la mirada segura del blanco de su destino.
    En tus manos rigurosas
    la honda y su piedra con la que derribarás
    a tu mortal enemigo, Goliat,
    quien desde su altura ni siquiera te sueña.
    Mas tú, valiente David
    sabes que una ausencia magistral te protege.
    Al igual que yo
    sientes al campo de batalla como el lugar
    donde se consumará tu obra.
    Pero cuando venzas y ocupes tu trono
    recuerda
    que en el poder no reside la belleza




    EL TEMPLO
    Donde está el naranjero
    se yergue triunfante el templo de mi infancia.
    ¿La llave está en la puerta
    o soy yo quien la tiene en la mano?
    Entro
    dejando en la calle al hombre que soy,
    al enjoyado por la luz del tiempo
    y observo un chico que juega
    mientras un espejo me enfrenta
    a este presente que fue el futuro de mi pasado.
    Miro por sobre el hombro hacia el pupitre
    en donde me desvelé por la primera palabra,
    luego vinieron otras que se encadenaron
    a esta constelación de sortilegios y astucias.
    Una torá se desliza a través de mi memoria
    y el fuego está encendido:
    todo relumbra mientras palpo en los bolsillos
    esa llave que quizá dejé en la puerta.
    Me alejo de aquel templo de Olivos
    pero algo mío se queda recostado en la luz de la galería
    pues nada soy sino ese chico que vino a refugiarse
    y luego cantará con el sábado
    para que el vigía esté en su torre
    cuando todo despierte.


    Daniel Chirom, Candelabros (1999).
    In Memoriam

    domingo, 21 de junio de 2009


    Cecilia Mandrile, de la serie La División de los Paraísos



    III

    LAS PERSONAS MAYORES
    ¿a qué hora volverán?
    Da las seis el ciego Santiago,
    y ya está muy oscuro.

    Madre dijo que no demoraría.

    Aguedita, Nativa, Miguel,
    cuidado con ir por ahí, por donde
    acaban de pasar gangueando sus momorias
    dobladoras penas,
    hacia el silencioso corral, y por donde
    las gallinas que se están acostando todavía,
    se han espantado tanto.
    Mejor estemos aquí no más.
    Madre dijo que no demoraría.

    Ya no tengamos pena. Vamos viendo
    los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
    con los cuales jugamos todo el santo día
    sin pelearnos, como debe ser:
    han quedado en el pozo de agua, listos,
    fletados de dulce para mañana.

    Aguardemos así, obedientes y sin más
    remedio, la vuelta, el desagravio
    de los mayores siempre delanteros
    dejándonos en casa a los pequeños,
    como si también nosotros
    no pudiésemos partir.

    Aguedita, Nativa, Miguel?
    Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
    No me vayan a haber dejado solo
    y el único recluso sea yo.


    César Vallejo, Trilce (1922)

    lunes, 8 de junio de 2009



    Fotografía de Raúl W. González Sanso




    Volvieron a ser niños
    cuando abandonaron
    el Paraíso


    María del Carmen Marengo, El camino de los ángeles (2003)