sábado, 15 de octubre de 2011

John Singer Sargent, "Las hijas de Edward Darley Boit"




El mismo presente




Decime, hermana mía, a qué hora vuelven papá y mamá, y decime, también, por qué nos dejan tanto tiempo solas, y decime por qué vos me tenés que cuidar a mí, si yo tengo un padre y una madre, decime. Sí, decime ahora, que ellos ya están muertos para siempre, pero mi corazón sigue siendo corazón de niña, por qué estuve tanto tiempo sola sin ellos cuando ellos vivían.



Sara Cohen, El murmullo y la inceridumbre (2009)




sábado, 18 de junio de 2011

Pequeño homenaje a todos los padres en su día:



NIF


Mi padre arrancó la cortina

la arrancó como quien caza una mosca en el aire.

Decidido cruzó el patio.

Cruzó toda la noche con la linterna a cuestas.

Buscó la pala y comenzó a cavar un pozo

un pozo en medio de la noche.

Yo lloraba de pie

y en la celeste cortina que nos salvaba del verano

estaba Nif sin vida

con su collar de choclo ahuyentando el moquillo.

Mi padre me abrazó. Ya no recuerdo.

Pero prefiero pensar que ante la muerte

que vestida de perro me mostró sus frías credenciales

mi padre me abrazó toda esa noche

y su calor me abraza todavía

como el collar de choclo en el cuello de Nif

que no lo abandonó ni hasta en la muerte.



Leandro Calle, Noche extranjera (2007)



domingo, 5 de junio de 2011

ELEGÍA


(En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería).


Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas


daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.


Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.


Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera


de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


Miguel Hernández






Tanya Huntintong Hyde, Ophelia 3 (de la serie Ophelia)





lunes, 3 de enero de 2011

John Singer Sargent, Carnation, Lily, Lily, Rose






Palabras para el Ángel de Cecilia


Ángel, tú que la guardas, yo te pido
que no la dejes un instante sola.
La vida, bien lo sabes, es a veces
un subterfugio, una expiación, un hábito.
Pero ella es inocente,
su edad se mece todavía
entre las flores del almendro
y los compases mágicos de Mozart.


Yo sé que no soy digno,
que no merezco la infinita gracia
de hablar contigo, Angel,
ni siquiera en la lengua rumorosa del verso,
pero lo hago por ella que es ahora
lo más cierto de mí, lo único noble
que acaso un día me redima y salve.
Ángel, hazla sensible y dulce,
haz que sus actos no traicionen su alma
y gobierne su amor el equilibrio
que sostiene en la noche a las estrellas;
da sentido a su vida, dale fuerzas
para volcarla en los demás; ayúdala
a descifrar el mundo con las armas
de la ternura y el conocimiento.


Ángel, tú que la guardas, yo te pido
lo que no tengo y desearía
poder legarle: un resto de pureza
y de confianza en el milagro.
Porque ella es inocente,
porque ella es tan pequeña que no tiene
sino su propia desnudez, su frágil
modo de estar apenas en la vida.
Yo te lo pido,
no la abandones, Ángel.


Antonio Requeni, El vaso de agua (2005)