sábado, 15 de octubre de 2011

John Singer Sargent, "Las hijas de Edward Darley Boit"




El mismo presente




Decime, hermana mía, a qué hora vuelven papá y mamá, y decime, también, por qué nos dejan tanto tiempo solas, y decime por qué vos me tenés que cuidar a mí, si yo tengo un padre y una madre, decime. Sí, decime ahora, que ellos ya están muertos para siempre, pero mi corazón sigue siendo corazón de niña, por qué estuve tanto tiempo sola sin ellos cuando ellos vivían.



Sara Cohen, El murmullo y la inceridumbre (2009)




sábado, 18 de junio de 2011

Pequeño homenaje a todos los padres en su día:



NIF


Mi padre arrancó la cortina

la arrancó como quien caza una mosca en el aire.

Decidido cruzó el patio.

Cruzó toda la noche con la linterna a cuestas.

Buscó la pala y comenzó a cavar un pozo

un pozo en medio de la noche.

Yo lloraba de pie

y en la celeste cortina que nos salvaba del verano

estaba Nif sin vida

con su collar de choclo ahuyentando el moquillo.

Mi padre me abrazó. Ya no recuerdo.

Pero prefiero pensar que ante la muerte

que vestida de perro me mostró sus frías credenciales

mi padre me abrazó toda esa noche

y su calor me abraza todavía

como el collar de choclo en el cuello de Nif

que no lo abandonó ni hasta en la muerte.



Leandro Calle, Noche extranjera (2007)



domingo, 5 de junio de 2011

ELEGÍA


(En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería).


Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas


daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.


Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.


Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera


de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


Miguel Hernández






Tanya Huntintong Hyde, Ophelia 3 (de la serie Ophelia)





lunes, 3 de enero de 2011

John Singer Sargent, Carnation, Lily, Lily, Rose






Palabras para el Ángel de Cecilia


Ángel, tú que la guardas, yo te pido
que no la dejes un instante sola.
La vida, bien lo sabes, es a veces
un subterfugio, una expiación, un hábito.
Pero ella es inocente,
su edad se mece todavía
entre las flores del almendro
y los compases mágicos de Mozart.


Yo sé que no soy digno,
que no merezco la infinita gracia
de hablar contigo, Angel,
ni siquiera en la lengua rumorosa del verso,
pero lo hago por ella que es ahora
lo más cierto de mí, lo único noble
que acaso un día me redima y salve.
Ángel, hazla sensible y dulce,
haz que sus actos no traicionen su alma
y gobierne su amor el equilibrio
que sostiene en la noche a las estrellas;
da sentido a su vida, dale fuerzas
para volcarla en los demás; ayúdala
a descifrar el mundo con las armas
de la ternura y el conocimiento.


Ángel, tú que la guardas, yo te pido
lo que no tengo y desearía
poder legarle: un resto de pureza
y de confianza en el milagro.
Porque ella es inocente,
porque ella es tan pequeña que no tiene
sino su propia desnudez, su frágil
modo de estar apenas en la vida.
Yo te lo pido,
no la abandones, Ángel.


Antonio Requeni, El vaso de agua (2005)


domingo, 6 de junio de 2010

La poesía argentina está de luto: ha muerto Juan Carlos Bustriazo Ortiz

Poeta del interior profundo del país y una de las voces más grandes de la poesía argentina, Juan Carlos Bustriazo Ortiz ha muerto en esta semana, a los 80 años. Dejemos hablar a su obra, que hará que podamos recordarlo siempre.



Primera palabra

Y aquí estoy yo, penoso, descendiente,
junto a esta luz meralda que se mece,
el juan azul, el carlos marilloso,
espiando aquí, dentrocullá, qué tonto.
Quién me dirá qué-buscas-en-lo-huyente-,
la-cepa-o-la-ya-borra-de-tu-gente?
Aquí estoy yo, racimo alabancioso.

Fantasmas más, fantasmas menos, duermen



Tercera palabra

Dónde errarás, Antonio tan Bustriazo?
Dónde, fatal espectro, Comisario
de Territorios Nacionales? Calmo,
te pienso calmo en tu gran paz, callado,
tu gesto así, de labios apretados.
Y Juan Bautista y su caballodiablo?
Lo buscarás? se buscarán airados?
Dónde errarás, Miguel Antonio? parco
rápido en hablar, tu fuerza eran tus manos.
Tu sombra vi, tu bulto oscuronado
en tu momento de morir Bustriazo,
tu nube ya, tu forma de apagado.

Te dejo aquí, errante y capturado
gema o carbón, o flauta o espantajo.



Decima sexta palabra

Adios, adios. Hasta mañana, lengua
lueguito o no, luegura si me llega,
levántar me, nacerme de la huesa,
la sabanura, almohada, estotra greda
de la que subo taza, vaso o luenga
jarra de Juan. Hasta mañana lengua!
(Ellos ya están cantando: cuchillocóoooooo!...)


Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Libro del Ghenpín (Escrito en 1977, publicado en 2004).

jueves, 18 de febrero de 2010

Rufino Tamayo, "Hombre mirando pájaros"


"Ti Noel comprendió obscuramente que aquel repudio de los gansos era un castigo a su cobardía. Mackandal se había disfrazado de animal, durante años, para servir a los hombres, no para desertar del terreno de los hombres. En aquel momento, vuelto a la condición humana, el anciano tuvo un supremo instante de lucidez. Vivió, en el espcio de un pálpito, los momentos capitales de su vida: volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de sus lejanos antepasados del África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir. Se sintió viejo de siglos incontables. Un cansancio cósmico, de planeta cargado de piedras, caía sobre sus hombros descarnados por tantos golpes, sudores y rebeldías. Ti Noel había gastado su herencia, y a pesar de haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia recibida. Era un cuerpo de carne transcurrida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién trabaja y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nuca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. Es imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida, en el Reino de este Mundo."

Alejo Carpentier, Fragmento de El reino de este mundo



Vaya este pequeño, pequeñísimo homenaje a la sufrida nación hermana de Haití, primera entre las colonias de América Latina en obtener su independencia y primera población de esclavos en conseguir su libertad. Debió ser el orgullo del continente americano y de la humanidad toda; sin embargo, potencias colonialistas como Estados Unidos y Francia le hicieron pagar caro esas hazañas. Ojalá que la tragedia que está ocurriendo en estos días sirva para que el mundo tome conciencia de todo esto y algo pueda cambiar, aun cuando el país del norte ya esté aprovechando para confundir socorro con invasión.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Alberto Gastaldi, La noche en que el sembrador se fue para siempre


A SARTRE

Si degüellan a un niño
y sus verdugos tiran su cadáver
al lodo
¿te encolerizarías?
¿qué dirías tú?

Soy palestino
me degüellan cada año
cada día
cada hora
ven
observa bien la barbarie
en toda su minuciosidad
son muchos espectáculos
y el menor
es que mi sangre corre... corre

habla
¿por qué te has vuelto insensible?
¿no tienes nada que decir?




LA VERGÜENZA

Al policía que me dijo, cuando me hubo puesto las esposa en las
muñecas: "Ahora puedes escribir poemas"

Me han puesto las esposas
y el sol se acodó en mi frente
antes de declinar por el poniente

El rostro no cambió
los ojos: dos víboras
"salud Salim
¿de nuevo entre nosotros?
¿detestas aún a los judíos?
¿desde cuándo estás aquí?
¿juicio? ¿el caso de Dir Hanna?
la poesía es hija de grandes experiencias
escribe pues poemas para los prisioneros"


llevaré mis cadenas
haré que los prisioneros oigan los poemas
que clamaba en las plazas y en las calles
las cadenas oprimen mis manos
una vergüenza abraza la conciencia
sí... pero no la mía
abrasa al abyecto poder que te produjo
a ti
verdugo




REFUGIADO

El sol atraviesa las fronteras
sin que los soldados le disparen
el ruiseñor canta mañana y tarde
y duerme en paz
con todos los pájaros de los kibús
un año extraviado
picotea la hierba
en paz
sobre la línea de fuego
sin que los soldados disparen sobre él
y yo
tu hijo exiliado
-Oh tierra de mi patria-
entre mis ojos y tus horizontes
la muralla de las fronteras




LA ALDEA DEGOLLADA

Poema que no se inspiró en Vietnam

Sangre sangre sangre
como si la tierra no pudiera parir hierba
sin que la rieguen con sangre
cuerpo sobre cuerpo... la hecatombe
llama otras hecatombes
y los niños caminan
aterrorizados entre llamas y las columnas de polvo
como si los puñales negros hubieran cercenado
-ante ellos- los pechos de sus madres
los pechos

y ellos murmuran
agua
¿de dónde?
del cielo, oh mis hijos
incluso las palomas huyeron al infierno
incluso las palomas



Salim Jabran, poemas tomados del libro Poesía palestina de combate (Selección de Abdellatif Laâbi, Buenos Aires: Nuestra América, 2003)



Salim Jabran (1942) es uno de los principales promotores del movimiento de poesía de resistencia en la Palestina ocupada. Su producción poética es abundante, pero pocos textos han podido evadir la censura. Actualmente vive en Galilea, de donde las autoridades israelíes le prohiben salir.



Alberto Gastaldi, Sin Título

domingo, 13 de diciembre de 2009

Thomas Eakins, Bebé jugando



LA MÚSICA
para Tadeo (sobre un poema de Denise Levertov)

Él no se adelantó: algunas noches pateaba
desde adentro el vientre de su madre
ensayando los pasos de su condición futura.
Nos educó durante nueve meses
en la escuela del nacimiento
y cuando al fin se abrió en su boca
el grito externo de la vida,
entendimos por qué. Trajo
a este mundo el suyo:
materia que refulge,
alegría de lo diminuto,
un idioma de fulgores impensados.
Algún día tendrá que pagar impuestos,
memorizar largas cifras,
afilarse los dientes.
Mientras tanto corre por la casa,
una luz en movimiento.
Todavía no aprendió a silbar
pero ya es toda la música.



SEÑALES


Ajeno a
a tormenta que destroza a martillazos
el cielo esta noche de diciembre,
el hijo duerme recogido en la tibieza.
Llegan desde allí señales
al vacío donde ningún dios se posa
y es herejía la presencia del que asiste
a ese sueño sin censuras:

rastros de una luz intermitente,
oro de la alegría derramado.



José Di Marco, Mundo sublunar (2007)



viernes, 27 de noviembre de 2009


Natalia Blanch, Acrílico sobre lienzo



FINIS TERRAE


Este país
frío
te hará pensar
en otro país,
menos frío,
diferente,
y que existe
en el final de la tierra
y del que no te escaparás
aunque estés
en el otro final.


*


Algo más fuerte
que lo que estábamos buscando.

Un barco
que te lleva de regreso.


*


En el final de la tierra,
en el borde último de la tierra,
desde ahí
caerás.
Nunca dejarás de caer.

benditos tus brazos
que me recibirán.


María del Carmen Marengo, El camino de los ángeles (2003)





Natalia Blanch, Acrílico sobre lienzo



sábado, 31 de octubre de 2009

Alberto Gastaldi, La familia y una flor
La vida mejor

los amigos se quejan
nuevamente
describen el desastre cotidiano

pero
¿no fue siempre así?

me aburro
me harto

su casa es tan pobre
como la mía
tiene una ventana que
da a una plaza sola
de tierra y arbustos
algunas viviendas y
al fondo
en el espejo llano de este mundo
una chica con shorts
va hacia allá
quién sabe dónde

dos caballos vuelven al sur

esos cuerpos que parecen
moverse por primera vez
mucho más lejos que
la distancia entre una boca amarga y el silencio
deben ser
la vida mejor

y después
de mates lavados
cigarrillos fumados al otro
con pudor
subimos a la bici
volvemos rápido
corriendo la noche
rogando ser eternos
frescos
respirar alguna vez
la vida mejor.

Las estrellas de lata
los camiones, se abalanzan
mi hijo sueña que va
en moto
en moto
en moto
y vos querida
con tu pelo negro
y tu enterito de huesos
¿qué pensás?
soportamos juntos
siempre será así

¿no fue siempre así para nosotros?

una vida mejor
una vida mejor
no es necesaria.


Alejandro Schmidt, Esquina del universo (2001)


jueves, 20 de agosto de 2009

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos.


José Martí, fragmento inicial de "Nuestra América"

martes, 28 de julio de 2009


Fotografía de R. Walter González Sanso


PORQUE los bellos seres que transitan
por el sopor añoso de la tierra
—¡trasgos de sangre, libres,
en la pantalla de su sueño impuro!—
todos se dan a un frenesí de muerte,
ay, cuando el sauce
acumula su llanto
para urdir la substancia de un delirio
en que —¡tú! ¡yo! ¡nosotros!— de repente,
a fuerza de atar nombres destemplados,
ay, no le queda sino el tronco prieto,
desnudo de oración ante su estrella;
cuando con él, desnudos, se sonrojan
el álamo temblón de encanecida barba
y el eucalipto rumoroso,
témpano de follaje
y tornillo sin fin de la estatura
que se pierde en las nubes, persiguiéndose;
y también el cerezo y el durazno
en su loca efusión de adolescentes
y la angustia espantosa de la ceiba
y todo cuanto nace de raíces,
desde el heroico roble
hasta la impúbera
menta de boca helada;
cuando las plantas de sumisas plantas
retiran el ramaje presuntuoso,
se esconden en sus ásperas raíces
y en la acerba raíz de sus raíces
y presas de un absurdo crecimiento
se desarrollan hacia la semilla,
hasta quedar inmóviles
¡oh cementerios de talladas rosas!
en los duros jardines de la piedra.

PORQUE desde el anciano roble heroico
hasta la impúbera
menta de boca helada,
ay, todo cuanto nace de raíces
establece sus tallos paralíticos
en los duros jardines de la piedra,
cuando el rubí de angélicos melindres
y el diamante iracundo
que fulmina a la luz con un reflejo,
más el ario zafir de ojos azules
y la geórgica esmeralda que se anega
en el abril de su robusta clorofila,
una a una, las piedras delirantes,
con sus lindas hermanas cenicientas,
turquesa, lapislázuli, alabastro,
pero también el oro prisionero
y la plata de lengua fidedigna,
ingenuo ruiseñor de los metales
que se ahoga en el agua de su canto;
cuando las piedras finas
y los metales exquisitos, todos,
regresan a sus nidos subterráneos
por las rutas candentes de la llama,
ay, ciegos de su lustre,
ay, ciegos de su ojo,
que el ojo mismo,
como un siniestro pájaro de humo
en su aterida combustión se arranca.

PORQUE raro metal o piedra rara,
así como la roca escueta, lisa,
que figura castillos
con sólo naipes de aridez y escarcha,
y así la arena de arrugados pechos
y el humus maternal de entraña tibia,
ay, todo se consume
con un mohíno crepitar de gozo,
cuando la forma en sí, la forma pura,
se entrega a la delicia de su muerte
y en su sed de agotarla a grandes luces
apura en una llama
el aceite ritual de los sentidos,
que sin labios, sin dedos, sin retinas,
sí, paso a paso, muerte a muerte, locos,
se acogen a sus túmidas matrices,
mientras unos a otros se devoran
al animal, la planta
a la planta, la piedra
a la piedra, el fuego
al fuego, el mar
al mar, la nube
a la nube, el sol
hasta que todo este fecundo río
de enamorado semen que conjuga,
inaccesible al tedio,
el suntuoso caudal de su apetito,
no desembca en sus entrañas mismas,
en el acre silencio de sus fuentes,
entre un fulgor de soles emboscados,
en donde nada es ni nada está,
donde el sueño no duele,
donde nada ni nadie, nunca, está muriendo
y solo ya, sobre las grandes aguas,
flota el Espíritu de Dios que gime
con un llanto más llanto aún que el llanto,
como si herido —¡ay, Él también!— por un cabello,
por el ojo en almendra de esa muerte
que emana de su boca,
hubiese al fin ahogado su palabra sangrienta.
¡ALELUYA, ALELUYA!

TAN-TAN! ¿Quién es? Es el Diablo,
es una espesa fatiga,
un ansia de trasponer
estas lindes enemigas,
este morir incesante,
tenaz, esta muerte viva,
¡oh Dios! que te está matando
en tus hechuras estrictas,
en las rosas y en las piedras,
en las estrellas ariscas
y en la carne que se gasta
como un hoguera encendida,
por el canto, por el sueño,
por el color de la vista.

¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo,
ay, una ciega alegría,
un hambre de consumir
el aire que se respira,
la boca, el ojo, la mano;
estas pungentes cosquillas
de disfrutarnos enteros
en sólo un golpe de risa,
ay, esta muerte insultante,
procaz, que nos asesina
a distancia, desde el gusto
que tomamos en morirla,
por una taza de té,
por una apenas caricia.

¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo,
es una muerte de hormigas
incansables, que pululan
¡oh Dios! sobre tus astillas,
que acaso ta han muerto allá,
siglos de edades arriba,
sin advertirlo nosotros,
migajas, borra, cenizas
de ti, que sigues presente
como una estrella mentida
por su sola luz, por una
luz sin estrella, vacía,
que llega al mundo escondiendo
su catástrofe infinita.


[BAILE]


Desde mis ojos insomnes
mi muerte me está acechando,
me acecha, sí, me enamora
con su ojo lánguido.
¡Anda, putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!



José Gorostiza, Muerte sin fin (Fragmento final)

viernes, 10 de julio de 2009




MIGUEL ÁNGEL ESCULPE EL "DAVID"
Estas manos que te esculpen
presumiblemente mías
entretejen resplandores y reflejos
que nos son comunes.
Aquí,
en mi taller
estás en plena juventud.
Los músculos fuertes y tensos,
la mirada segura del blanco de su destino.
En tus manos rigurosas
la honda y su piedra con la que derribarás
a tu mortal enemigo, Goliat,
quien desde su altura ni siquiera te sueña.
Mas tú, valiente David
sabes que una ausencia magistral te protege.
Al igual que yo
sientes al campo de batalla como el lugar
donde se consumará tu obra.
Pero cuando venzas y ocupes tu trono
recuerda
que en el poder no reside la belleza




EL TEMPLO
Donde está el naranjero
se yergue triunfante el templo de mi infancia.
¿La llave está en la puerta
o soy yo quien la tiene en la mano?
Entro
dejando en la calle al hombre que soy,
al enjoyado por la luz del tiempo
y observo un chico que juega
mientras un espejo me enfrenta
a este presente que fue el futuro de mi pasado.
Miro por sobre el hombro hacia el pupitre
en donde me desvelé por la primera palabra,
luego vinieron otras que se encadenaron
a esta constelación de sortilegios y astucias.
Una torá se desliza a través de mi memoria
y el fuego está encendido:
todo relumbra mientras palpo en los bolsillos
esa llave que quizá dejé en la puerta.
Me alejo de aquel templo de Olivos
pero algo mío se queda recostado en la luz de la galería
pues nada soy sino ese chico que vino a refugiarse
y luego cantará con el sábado
para que el vigía esté en su torre
cuando todo despierte.


Daniel Chirom, Candelabros (1999).
In Memoriam

domingo, 21 de junio de 2009


Cecilia Mandrile, de la serie La División de los Paraísos



III

LAS PERSONAS MAYORES
¿a qué hora volverán?
Da las seis el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.

Madre dijo que no demoraría.

Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus momorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.

Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día
sin pelearnos, como debe ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulce para mañana.

Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
no pudiésemos partir.

Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo
y el único recluso sea yo.


César Vallejo, Trilce (1922)

lunes, 8 de junio de 2009



Fotografía de Raúl W. González Sanso




Volvieron a ser niños
cuando abandonaron
el Paraíso


María del Carmen Marengo, El camino de los ángeles (2003)

jueves, 26 de febrero de 2009

John Singer Sargent, Cachemira


Un padre
que te suelta
la mano
un segundo antes
de que mueras.

Si sólo supieras
que no quería dejarte.





Y caminamos solos
por el día y por la noche.
Desde aquel día
caminamos solos.

Y todavía hay quienes ven
las huellas
del que nos llevaría
de la mano.





Y nos convertimos
en niños
que van cantando
con una escudilla.
Nos convertiríamos
en estatuas,
de ésas que se deshacen
con sólo tocarlas.





De pronto
nos dimos cuenta
de que íbamos a ser huérfanos.

El cielo
se nos vendría encima
como castigo.


María del Carmen Marengo, El camino de los ángeles (2003)

jueves, 19 de febrero de 2009

Obras de Cecilia Mandrile


Han venido a tocar hasta mi puerta,
sin alas, dolorosos,
los ángeles de todas las edades,
jurando por el juicio sin memoria,
pidiendo en mi limosna que les crea.
Latidos en harapos, razón que sólo es,
traen grandes voces, solares, desquiciadas;
con espuma de huérfanos pronuncian:
"Dios ha muerto, mortales, Dios ha muerto".


Han venido a tocar y está mi puerta,
abierta para todos los secretos,
y allá siguen llorosos, exentos, qué más, desgñitados,
como signos desgarrados de un imperio
que ha dejado de ser lo que es la tierra:
la madre, nuestra madre, la quimera.


Junto a ellos, que no atinan a irse,
está de pie este día, erguido como un amo,
exuberante, de carne cenicienta,
destacada en el gusto de criar las cicatrices:
y ya todos repiten, jadeantes, gemebundos,
que Dios fingió su muerte,
que anda por las calles, que anda como ellos,
resuelto, plañidero, mocoso, ensimismado.


Han venido, se han quedado en el vano,
y se ha quedado con ellos este instante
de súbita orfandad, de estúpida caída.


Jorge Aguilar Mora, Stabat Mater (1996)


Oh, que todos se den aquí y no "en la eternidad, errando..."
Dejad que la gracia de la unidad como una savia
alce las ramas divergentes hacia el azul ligero,
aladas en su mismo destino...
Y así que todos aquí, aquí, cumplidos,
no olviden la raíz, una, profundísima,
abriendo todas las manos, oh, sí, todas las manos
sobre los fuegos alegres...


Juan L. Ortiz



martes, 17 de febrero de 2009

Gregory Colbert, Ashes and Snow, Museo Nómada


Exilio

Expulsados de la selva del sur de Sumatra
por los hombres que vienen a poblarla, 130
elefantes emprendieron hoy una larga marcha
de 35 días hacia la nueva ciudad que les fue
asignada.
(AFP. 18/11/82)



No hay sitio para los elefantes.
Ayer los expulsaron de la selva en Sumatra,
mañana alguien les impedirá la entrada al Unión Bar.
Yo integro esa manada hacia Lebong Hitam,
yo sigo a la hembra guía,
cargo con la joroba de todas mis valijas sobre las
cuatro patas del infierno.

Llegarán a destino –dijo un diario en Yakarta.
Los colmillos embisten telarañas de niebla.
Llegarán a destino,
viejas empalizadas que sucumben bajo mareas de carne.
Llegarán -dijo el diario.

Más la estampida cruza por suelos pantanosos
y mi patria –la mía- es sólo esta manada de elefantes
que ha extraviado su rumbo.

¡Guarde celosamente la selva impenetrable este ulular
de bestias!
Tambores y petardos, acompañan.
Algo de todo el polvo que levantan, es mío.


Jorge Boccanera, Marimba (1986)




Gregory Colbert, Ashes and Snow, Museo Nómada



lunes, 16 de febrero de 2009



Colibrí


Corazón vagabundo del rocío
que va a caerse pero que no cae
sobre la rosa quieta que lo atrae
con el silencio de su señorío.

Gema creciendo en azulado brío
que el aire en lila pálido desvae,
viene viniendo, pero se distrae
y estalla sobre el pecho del estío.

Vibra en capullo su fogosa seda
y vacilante, yéndose se queda
rizando el oro el borde de la rosa.

Y cuando en cielo ha desaparecido
como el aroma seco del olvido
su sombra vuela en una mariposa.


Manuel J. Castilla, Posesión entre pájaros (1966)




Pájaros bañándose


Eran pájaros sueltos en el aire.
Un círculo de pájaros que giraba y giraba
sobre su propio vuelo oscuro
entre el cielo y el agua en el crepúsculo.

Caía y no caía sobre el río.
A ratos descendía.
Tocaba con el pecho cada pájaro el agua
y el agua era una espuma levantada,
otro pecho de pájaro deshaciéndose al aire,
un nido de cristal desmoronado,
un capullo partido en gotas claras.

Eran pájaros sueltos en el aire.
Una rueda aleteante y silenciosa
cayéndose y mojándose,
levantándose y yéndose,
volando y regresando.

Tocaba con el pecho cada pájaro el agua.


Manuel J. Castilla, El cielo lejos (1959)

lunes, 9 de febrero de 2009


(Fotografía: Raúl W. González Sanso)


I

Llamo a los Ángeles

Mientras estamos
en este lugar
y esperamos.

Para poder
atravesar su mundo.

Para poder atravesar su mundo
con una flor en la mano.



II

Y si al despertar
te encontraras
con la flor.

Sabrías que has estado allí.



III

La flor del Paraíso
de los sueños.

Que nos conduzcan
de la mano
a través de su mundo
y del nuestro.



IV

Y si el Ángel atravesara el umbral

para borrar las penas
y vivir la vida
de los humanos.

Llamo a todos los Ángeles.

No nos dejen
caer
en la soledad.


María del Carmen Marengo, El fuego invisible (2001)