miércoles, 10 de julio de 2013

 
 
El peluquero
 
A mi abuelo, Santiago


Asentaba navajas en un listón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros sus
animales muertos.
Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente.
Su navaja pulía aquella superficie,
rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo,
¿afeitaba al espejo?

Era más chico que un tarro de gomina Brancato
mi abuelo,
pero una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquel sillón Dosetti de madera
y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua desgajada
hacia un lado, él decía: “servido”.

Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de talco
y usaba un pulcro saco blanco.
La muerte -que es prolija- le envidiaba su colección
de peines.

Un día la muerte, que hojeaba una revista deportiva,
dijo: “me toca a mí”.
Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con
un remolino en la cabeza.
“Tiene un pelo difícil”, dijo sin voz mi abuelo.
Después, la muerte asentó su navaja y haciendo su
trabajo, ¿rasuraba al espejo?
El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera con
estrellas de talco.
El espejo se pasó la mano por la cara afeitada,
suave, como un recién nacido.



Jorge Boccanera, Marimba (2006)


 
Alberto Gastaldi, "Mi abuela y la luz en el campito"